Por: Natalia Tapia Quiñones
Curso: 1 ciclo b
vivir el perdón es
algo que nos hace crecer, tanto cuando lo damos como cuando lo pedimos. Y en
relación a este acto cabe hacer algunas apreciaciones.
A veces
equivocadamente se confunde perdonar con el no pensar en… en intentar olvidar
la ofensa y quien nos ofendió, pero basta que el recuerdo aflore para que nos
carguemos de malos pensamientos, de odio tal vez o tal vez de venganza.
Entonces no hemos perdonado aún. Perdonar no significa siquiera que expresemos
esta idea a la persona que nos ofendió. Es posible que no tengamos contacto con
ella, es posible que ni siquiera quiera vernos… perdonar significa que nuestra
actitud para con ella será la que se tiene con una persona a la que se aprecia,
por la que nos interesamos sinceramente. De hecho el perdón puede ser concedido
sin decir una palabra, pues puede bastar una simple sonrisa para demostrar que
en nuestro interior no se guarda ningún rencor. Eso basta.
Sin embargo pedir
perdón es en primer lugar una intención del alma, pero eso sólo no nos bastará. No sirve simplemente con un arrepentimiento interior,
una intención que reconoce un error cometido. Es necesario actuar, es necesario
acercarnos a la persona a la que ofendimos y expresar nuestro arrepentimiento y
nuestra humilde solicitud de perdón. Sin este esfuerzo no creceremos
interiormente puesto que este paso exige muchas cosas de nosotros mismos pero
es también y sobre todo una gran expansión de nuestra capacidad de amar, de
entender al prójimo. En este caso no basta un simple deseo porque en gran
medida el daño causado podrá verse mitigado por nuestra solicitud y además
facilitamos al ofendido la posibilidad de crecer también él en amor al
brindarnos el perdón.
Pero tanto en un
caso como en otro sucederá que los beneficios de perdonar o pedir perdón
ocurrirán en nosotros independientemente de que el ofensor o el ofendido
acepten nuestro perdón o nos perdonen porque nuestra alma se mueve en la
dirección correcta si todo se hace con recta intención y es que, esta
consideración da pie a un interesante descubrimiento: cuando nos movemos en el
ámbito espiritual, siempre, siempre, siempre, la pelota está en nuestro tejado.
Esto es, independientemente de quien tenga razón, de lo que haya sucedido, de
cómo me sienta, el que yo pueda alcanzar la paz interior dependerá de los actos
o las intenciones hacia las que se encamine mi alma, mis pensamientos. Si me
han ofendido no hace falta que me pidan perdón para yo perdonar sinceramente.
Si he ofendido, no hace falta que me perdonen para yo pedir perdón
sinceramente. Y cuando actuamos con esa sincera intención siempre alcanzaremos
la paz.
A veces la
situaciones se enredan y a menudo, por nuestra compleja naturaleza, una
situación se complica y es imposible desenredarla sin un doble esfuerzo. Un
ejemplo habitual es una discusión de pareja en la que ambos acaban
extralimitándose en sus palabras. Llega un momento en que el cruce de ofensas
se ha producido y tendremos que perdonar a la vez que pedir perdón a la misma
persona. Es importante descubrir que no es un simple intercambio de perdones,
yo te perdono si tú me perdonas, sino que se trata de una actitud independiente
de lo que haga el otro. Crecer en amor, superar este obstáculo o este peldaño
de nuestro castillo interior, supone aprender a perdonar y a pedir perdón con
todo el corazón, sin reservas.
He hecho antes
mención de que de nada sirve un arrepentimiento interior y un ánimo de enmienda
si cuando admitimos un error, una ofensa producida, no expresamos nuestro deseo
de perdón a la persona ofendida. Es muy lógico porque si no lo hiciéramos no
estaríamos intentando al menos, reparar el mal. De la misma manera que todos
sabemos que una víctima sufre aún más si ve que su verdugo no muestra la más
mínima señal de arrepentimiento sucede que una señal de arrepentimiento libra a
la víctima de parte del dolor siempre que consiga perdonar. Esta acción, el
expresar el arrepentimiento, tiene una notable repercusión pues en cierto
sentido entiendo que escenifica lo que es el sacramento de la confesión, que no
es sino la escenificación de las intenciones del alma, arrepentimiento y ánimo
de enmienda, expresadas verbalmente de forma que formalizan tanto esa solicitud
de perdón como el perdón mismo concedido por el sacerdote cuando absuelve. La
confesión es el medio mostrado por Jesús para lograr el perdón de Dios,
instituido cuando dijo” a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados y
a quienes se los retengáis les serán retenidos”.
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