La declaración del
perdón
Cuando alguien no
cumple con lo que nos prometiera o se comporta con nosotros de una manera que
contraviene las que consideramos que son legítimas expectativas, muy
posiblemente nos sentiremos afectados por lo acontecido. Más todavía si, luego
de lo sucedido, la persona responsable no se hace cargo de las consecuencias de
su actuar (o de su omisión). Posiblemente, con toda legitimidad, sentiremos que
hemos sido víctimas de una injusticia. Y al pensar así, justificaremos nuestro
resentimiento con el otro, sobre todo en la medida en que nosotros nos hemos
colocado del lado del bien y hemos puesto al otro del lado del mal. Por lo
tanto, consideramos que tenemos todo el derecho a estar resentidos.
De lo que
posiblemente no nos percatemos, sin embargo, es que al caer en el
resentimiento, nos hemos puesto en
una posición de dependencia con respecto a quien hacemos responsable. Este
puede perfectamente haberse desentendido de lo que hizo. Sin embargo, nuestro
resentimiento nos va a seguir atando, como esclavos, a ese otro. Nuestro
resentimiento va a carcomer nuestra paz, nuestro bienestar, va probablemente a
terminar tiñendo el conjunto de nuestra vida. El resentimiento nos hace
esclavos de quien culpamos y, por lo tanto, socava no sólo nuestra felicidad,
sino también nuestra libertad como personas. Nietzsche, ha sido el gran
filósofo del tema del resentimiento. Cuando habla de él, lo asocia con la
imagen de la tarántula. El resentimiento, nos dice Nietzsche, es la emoción del
esclavo. Pero cuidado. No se trata de que los esclavos sean necesariamente
personas resentidas. Muchas veces no lo son, como nos lo demuestra el ejemplo
de Epicteto. Se trata de que quien vive en el resentimiento vive en
esclavitud.
Una esclavitud que
podrá no ser legal o política, pero que será, sin lugar a dudas, una esclavitud
del alma. Perdonar no es un acto de gracia para quien nos hizo daño, aunque
pueda también serlo. Perdonar es un acto declarativo de liberación personal. Al
perdonar rompemos la cadena que nos ata al victimario y que nos mantiene como
víctimas. Al perdonar nos hacemos cargo de nosotros mismos y resolvemos poner
término a un proceso abierto que sigue reproduciendo el daño que originalmente
se nos hizo. Al perdonar reconocemos que no sólo el otro, sino también nosotros
mismos, somos ahora responsables de nuestro bienestar .Cuando hablamos de
perdonar, suele surgir también el tema del olvido. Hay quienes dicen «Yo no
quiero olvidar» o «Siento que tengo la obligación de no olvidar». Olvidar o no
es algo que no podemos resolver por medio de una declaración. De cierta forma,
no depende enteramente de nuestra voluntad. El perdón, sin embargo, es una
acción que está en nuestras manos.
El tercer acto
declarativo asociado al perdón es, esta vez, no el decir «Perdón», ni tampoco
el perdonar a otros, sino perdonarse a sí mismo. En rigor, ésta es una
modalidad del acto de perdonar y, por lo tanto, lo que hemos dicho con respecto
al perdonar a otros, vale para el perdonarse a sí mismo. La diferencia esta vez
es que asumimos tanto el papel de víctima, como de victimario. Una de las
dificultades que encontramos en relación al perdón a sí mismo proviene de
sustentar una concepción metafísica sobre nosotros que supone que somos de una
determinada forma y que tal forma es permanente. Por lo tanto, si hicimos algo
irreparable ello habla de cómo somos y no podemos sino cargar con la culpa por
el resto de nuestras vidas. Esta interpretación no da lugar al reconocimiento
de que en el pasado actuamos desde condiciones diferentes de aquéllas en que
nos encontramos en el presente. Sin que ello nos permita eludir la
responsabilidad por nuestras acciones y nos evite actuar para hacernos cargo de
lo que hicimos, tal postura no reconoce que el haber hecho lo que entonces
hicimos y el recriminarnos por las consecuencias de tales acciones, de por sí,
nos transforma y aquél que se recrimina suele ser ya alguien muy diferente de
aquél que realizara aquello que lamentamos. El perdón a sí mismo tiene el mismo
efecto liberador de que hablábamos anteriormente y hacerlo es una manifestación
de amor a sí mismo y a la propia vida.
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